La Era Pre Mochila (o cómo empecé a viajar)

Una pequeña historia
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San Marcos Sierra
(sepan disculpar la calidad de las fotos de éste post,  las saqué durante aquél primer viaje... éstas son algunas de las que pude rescatar)

Hace ya  6 años, cuando por primera vez decidí que irme sola y acampar en alguna parte era una excelente idea, no tenía la más pálida noción de cómo hacerlo. O al menos, no se me ocurría cómo hacerlo de manera práctica.
Corría el 2008 y faltaban un día o dos para año nuevo. Yo caminaba por Avenida Corrientes después de una sesión de terapia, venía de un año difícil (de ésos que funcionan como la gota que rebalsa el vaso):  mi estrés, mi ambición, mis miedos habían estado tomando cuenta de mí y yo ya no tenía la más pálida idea de quién era. Ése año sentí que la única opción que tenía era dar un salto, ver qué pasaba ahí, en ésa cabeza loca que me tenía triste y desvitalizada. Descubrir quién era yo verdaderamente, si es que había “algo más allá” de la triste cabezota.  Ya les conté en algún otro post sobre el tiempo que me encerré en casa y empapelé el piso con cartulinas blancas y empecé a escribir redes de pensamientos... Ésos días fueron de los más importantes de mi vida. Sentí que toda mi vida se trataba en realidad de eso: de descubrir que no, que no soy ninguno de esos pensamientos. O que si, soy todos, pero todos a un tiempo junto con Eso que es capaz de saberse pensando. Y fue así como de pronto todo se invirtió: todo se llenó de colores, yo solo me quería reír… tenía ganas de abrazar a los desconocidos por la calle, de bailar. Así estaba a fines de 2008… eufórica, dirían los otros… viva, me recuerdo yo, tanto da… Eufórica y viva me descubrí caminando por Avenida Corrientes a dos días de terminar el año, transpirando, pegoteada, cansada de escuchar los motores de los bondis, las bocinas de los bondis, los frenos de los bondis: sentí un impulso agarré el celular, llamé a Retirome quiero ir a Córdoba, dije,  el primero, el asiento uno, ¿lo puedo comprar ahora con tarjeta de crédito?, gracias!!!!... y fue así como en dos días  iba a estar de viaje, acampando. Yo, que no sabía viajar, ni acampar y que nunca me había ido sola a ninguna parte.
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No tenía mochila, ni sabía que existían mochilas enormes para viajar, intuía que una valija me iba a resultar imposible, por lo que agarré mi changuito de hacer las compras (si, el que usan las señoras mayores, con ruedas y una bolsa de lona incorporada) y  lo llené de ropa de día, vestidos, pijamas, ropa de baño. Le puse una tolla, cosas de baño, un espejo redondo.
No tenía bolsa de dormir, por lo que doblé una manta de polar y la guardé.  AH! Y agarre un colchón inflable que estaba dando vueltas por casa (que até con una soga al chango, junto con la carpa).
No tenía carpa por lo que le pedí a mi tío la de él (que era una Iglú para 4 personas enorme y pesada, sin sobretecho).
No sabía hacer fuego, por lo que agarré un anafe (de esos enormes) y lo até también al bártulo que reemplazaba a mi futura mochila y a mi futuro sentido común.
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Como si esto fuera poco, viajé con una cantidad impresionante de libros (no me arrepiento porque cada uno resultó imprescindible). El más grandote era un diccionario etimológico de tapa dura que me había regalado mi papá (el Larousse es un ojal al lado de uno de esos).


Juro que pagaría mucho dinero por ver un vídeo de mi persona arrastrando el bártulo con ruedas por las sierras cordobesas. Todavía me pregunto cómo hice para irme a acampar al medio de la nada con eso.
Todo era muy improvisado.  Como una imagen vale más que mil palabras:
Más tarde dejé e anafe y aprendí a hacer fuego.
-Así es cómo decidí resolver el temita del sobre-techo:

Bailando al ritmo del cuarteto cordobés!
Hay una magia que solo sucede cuando uno está en movimiento, viajando. Hay un arrojarse al mundo que se ve reflejado en lo que te arroja el mundo de vuelta: en ese vaivén  reside todo el misterio, la intriga de saber qué va a traer la marea… el entramado que se teje y nos teje, que por nombrarlo decimos palabras como casualidad, sincronicidad, destino.  Pero todo lo que hay es un gran misterio repleto de peces dorados. Requiere tirarse a nadar.

Molly se fue dejando el departamento lleno de grullas, una bolsita hecha por sus manos con una tela boliviana que cargó enrollada en su mochila de acá para allá, una carta de las que pocas veces he leído y  una lista de contactos y consejos para mi próximo viaje.  Molly se fue dejádome con ganas de viajar, de hacer animales de papel, de pintar. De ir por el mundo y encontrarla por ahí… en algún micro de algún otro continente.



Volvía de Capilla del Monte, Córdoba, en un micro precario que tardaría  14 horas en llegar a Buenos Aires. Mi asiento era el 1, pero como en el 2 estaba sentado Lean, un compañero con el que estaba muy dolida en ese momento, decidí sentarme en el  asiento 3. Pasillo de por medio, cada uno tenía su espacio.  
Volvia de Capilla, entonces, ocupando el asiento que no debía ocupar, en un micro precario sin hablar con el hombre que había dejado de ser mi pareja hacia 7 horas.  Volvía. Volvía entregada… quería dormir, y ésta vez –como nunca, nunca, me pasa- tenía ganas de volver a casa.  

Camino a Cordoba Capital, el micro paró en dos millones de pueblos y se fue llenando en cada pueblito un poco más. Yo tomaba café dulce del botellón térmico del bus y miraba la ruta. Disfrutaba la ruta, el café, los ratos en que dormitaba, me despertaba y me descubría en un micro. Amo dormir viajando, aunque el sueño se interrumpe muy a menudo… como por ejemplo cuando el chofer sin escatimar alaridos indica que estamos EN CORDOBA CAPITAAAL.
Miro como desde una pecera la estación de Cordoba. Escucho el ding- dong indicador de plataformas, veo un hormiguero. La gente empezó a subir al bus, todos se fueron para atrás. Voy a tener los dos asientos para mí pensé y en eso apareció Molly. Excuseme. Acomodó su guitarra, su mochila y se sentó en el asiento número 4. El micro arrancó y nos pusimos a hablar.
Cundo dos viajeros se encuentran (me pasó varias veces, por eso la generalización) la frase introductoria suele ser una palabra o una pregunta cualquiera (excúseme por ejemplo) y las preguntas siguientes son : ¿de dónde venís? y ¿hacia dónde vas?  El nombre, edad y profesión pierden todo protagonismo. Uno se sumerge con el otro en el relato de la ruta..  y a mi me pasa particularmente,  que en esos primeros minutos de charla creo poder sentir el corazón de la persona que tengo adelante.  Molly… A Molly la miré a los ojos y en un segundo entendí algo que mi cerebro tardó un rato más en comprender. A Molly la invité a hospedarse en mi casa en la tercera réplica de la conversación, sin dudar un segundo. Las primeras palabras que cruzamos fueron más o menos así:

-Excuseme
-Como es viajar con una guitarra?
- No tan difícil, es liviana ¿De dónde venís?
- De Capilla del Monte. Vos?
-Bueno, yo pase una semana en córdoba capital y ahora estoy yendo a Buenos Aires.
- Qué vas a hacer al llegar?
-No se… supongo que buscar un hostel y después
-Si querés podés venir a mi casa. Te puedo dar una copia de las llaves. Podés dormir en mi sillón, que es un colchón en el suelo.
Molly me miró un rato y se sonrió.
-          -Bueno, tal vez por una noche estría bien. Muchas gracias.

La conversación siguió cada vez con más entusiasmo y literalmente 2 horas después recordamos preguntarnos los nombres. Las edades. Los roles sociales.  Habíamos conocido -¿reconocido?- nuestros corazones primero y ante esa emoción todo el resto parecía insignificante.
Fue así  como Molly se mudó a mi casa por una noche,  que terminaron siendo  doce.  
De dos desconocidas pasamos a ser amigas o algo parecido a eso, tal vez más fuerte. Las coincidencias no dejaron de sorprendernos.
Molly es una artista plástica, de 25 años, norteamericana.  Y estos tres datos no sirven casi para nada porque no puedo transmitirles a través de ellos su alegría, sus ganas de intervenir todo con pintura: un mate, una pared, un celular. Su forma simpática de ser. Los cantitos que hace cuando se despierta. Lo que le gusta cocinar. Lo inteligente que es para cualquier cosa que tenga que ver con logística. Lo libre que es. Lo hermosa. Lo adorable.

Compartimos comidas, charlas hasta muy entrada la madrugada, fuimos a pasear, nos contamos las historias de nuestras vidas, bailamos hasta no poder más en una fiesta hippie, pintamos, cocimos, cantamos. Hablamos de viajes, de la vida, de yoga. Nos reímos de las situaciones más desafortunadas. Fuimos al teatro, a una varieté. Caminamos descalzas, dormimos en el pasto. Nos perdimos en zona norte.

Molly conoció a mi familia. Pasó el día de la madre en la casa de mi abuela junto a todos nosotros. Le pintó una tarjeta a mi mamá. Fue conmigo a las prácticas de Yoga que dicta Luis –quien ha sido siempre mi maestro… me acompañó a su casa, a ver películas y comer deliciosos manjares vegetarianos.
Mi familia con Molly, después del almuerzo del Día de la Madre.

Hablamos mucho de  viajes. Molly viene de los lugares a donde yo voy, por lo que me respondió pacientemente sobre presupuestos, distancias, etc.

Consejos de Viaje
                   
Cada último día de estadía en mi departamento se iba convirtiendo en el ante último y yo no tenía ganas de pensar en cuándo ése último día llegara finalmente.

Pero a la vez sabíamos que los encuentros y las despedidas son una parte medular de los viajes. Y tanto ella como yo estamos acostumbradas a hacer espacio para la gente del camino en el corazón. Soltando. Asique finalmente llegó el día en el que Molly decidió seguir viaje… ese día después de almorzar, nos tiramos en el sillón y escuchando música brasilera nos quedamos dormidas… después nos despertamos y le pedí que me enseñara a hacer grullas de papel. Hicimos muchas, muchas. En algún momento miramos el reloj y descubrimos que eran casi las seis de la tarde. Molly juntó sus cosas, su mochila, su guitarra. Me dio la carta, los regalos. Me devolvió las llaves del departamento y  yo bajé a abrirle. Nueve pisos  por ascensor, una puerta… y ahí estábamos, abrazándonos en una vereda de Villa Crespo. Cuando nos soltamos nos miramos riéndonos y ella me dijo Es triste, triste pero es feliz, feliz. Sabes lo que digo? Es triste… pero es feliz,  habernos encontrado.

A Córdoba, de polizón,


¿Alguien que se vaya a Córdoba en auto? fue la pregunta que hice en facebook y que mi amigo Cali respondió. Así nomás nos encontramos en la esquina de Lavalle y Libertad un domingo a las 14.30 horas. Mi mochila y yo saltamos a su auto y el resto fue historia... nos lanzamos a un viaje juntos  hacia un lugar un poco más alto del país. Vimos el atardecer más alucinante y sostenido de la historia.  Tomamos mate hasta el hartazgo, pusimos la función aleatoria de la lista de reproducción de mi celular.  Prestamos atención a los carteles que nos íbamos encontrando y más de una vez nos reímos a carcajadas. "Morrison Alto Alegre" se llevó todos los aplausos.
Fue por culpa de estar sufriendo una recuperación económica pos-viaje que tuve la ocurrencia de publicar ésa pregunta y hacer una especie de dedo organizado. Gracias a ésa ocurrencia además de terminar viajando con Cali, conocí al grupo de facebook Vamos a Medias. "Este es un espacio para viajeros que quieren compartir viajes en todo el país. Propone tu viaje, tengas auto o seas pasajero. Por una Argentina más conectada, para disfrutar más y mejor de nuestra belleza y nuestra gente. Vamos a medias!" Me pareció una idea excelente y quería hacer correr la voz.

Le estoy encontrando el gusto a viajar de polizón en autos ajenos. Se abre todo un mundo al estar con otras personas, sobre ruedas, en un especio tan reducido. Una de las mejores decisiones que tomé en este viaje fue hacer dedo. (Si, estoy descubriendo la pólvora, ya sé). Es que nunca antes lo había hecho sola en Argentina.

 Todo comenzó cuando mi amigo Nacho, de La Cumbrecita, me invitó a bajar a Villa General Belgrano y hacer noche en El Rincón (un albergue que les recomiendo mucho). Decidimos que íbamos a hacer dedo en lugar de tomarnos el Pájaro Blanco.


Fue facilísimo. Pusimos un pie en la ruta, vimos una camionetita venir, levantamos el pulgar y nos subimos al trasporte que nos dejó en la Villa sin escalas. Al día siguiente decidí volver a La Cumbrecita y Nacho, en cambio, decidió quedarse. Me regaló un boleto de Pájaro Blanco. Anda en micro, Emi. Ya está. Lo tenés todo organizado.



Si.. le dije. Y apenas salí del Rincon... qué tanto? pensé, ahora quiero ver cómo es esto del dedo. Le pregunté a alguien que hablaba muy bien alemán y muy poco español qué calle llevaba a la ruta para ir a La Cumbrecita. El señor lo pensó mucho tiempo y me dijo con señas "primero así (derecho) luego  así (parar en la esquina) luego así (doblar a la izquierda)  luego así, así, así (seguir caminando y seguir y seguir...)". Llegué a la rotondita de la entrada de la Villa.
 

Me puse a hacer dedo.
 

Es mi primera vez. Qué miedo. Se me aparecen las caras de mis papás enormes en la ruta. Me imagino como noticia de los diarios. Les rezo a mis santos. Pasa un auto, dos. Mejor cambio la cara. Viene una camioneta... pongo la sonrisa de tener un millón de amigos. Parece que sigue de largo... ah no! está yendo hacia la banquina... y está frenando. "Flaca!" me grita un pibe que saca su cabeza por la ventana. Y yo empiezo a correr para franquear los veinte o treinta metros que se habían tomado para pensar si me subían o no. Me subo. Les agradezco. Les tengo miedo. Para que no se me note les hablo de cualquier cosa. Me dicen que me van a  acercar poquito nomás. Menos mal, pienso.  Me imagino saltando de la camioneta en movimiento en caso de verlos desviarse. Me digo que estoy más peliculera que nunca y me doy la orden de relajarme. Llegamos, me bajan en la rotonda grande. Párate acá, me dicen. Alguien te va a  llevar seguro. Gracias. Y pongo un pie fuera del transporte. ¡Sigo viva! Otra vez pasan los autos. Hay un montón que toman la ruta a Córdoba capital, qué pena que no voy para ése lado. Viene otro en  camioneta. Le clavo la mirada en los ojos. Frenáme frenáme frenáme fena... ostia! ¿y si acá no me sube nadie? Bueno habrá que esperar… ¿y si voy caminando al costado de la ruta mientras tanto?... viene otro. Sonrisa: anda. Dedo: anda. ¡Acción!: lleváme, lleváme, lleváme, lleváme, llevámeeee.. Excelente! Paró y lo intuyo buen pibe. Ya no me da tanto miedo. A dónde vas? Para allá. A la cumbrecita? No, antes. Pero te acerco un poco. Perfecto!...... Sabés qué? te llevo hasta el puente.... ahí seguro te paran más fácil. Genial. Gracias, gracias. Chau.

Y así nomás me dejó en Intiyaco, un lugar de ensueños. Un río de caudalosa agua fresca rodeado de piedras enormes y pequeñas playitas. Acá me quedo, dije... baje hasta el rio por un caminito súper angosto. Me escondí atrás de unas piedras y me dije que me iba a tirar a nadar.. Ya  fue! Me dejo la remera y la bombacha, después me pongo el vestido que llevo en la mochila. Si, que buen plan! -me di ánimos- fui corriendo, chapotee rio adentro, hasta que el agua me llego a las caderas y sentí tres millones de agujas perforarme la piel.. Que no me iba a matar el dedo sino el agua congelada del rio. Salí carpiendo. Me tiré un rato al sol y volví otra vez a la ruta para hacer dedo.

Espero un rato. Pasa el Pájaro Blanco. Hasta la vista bebé! No te voy a tomar. Si la hago, la voy a hacer bien. Se va el Pájaro, pensando seguramente que soy una delirante. Y que tengo ganas de hinchar las .. Viene una camioneta despatarrada. Sonrisa: anda! ah! y le anda también al chofer. Frena a mi lado: Hola, Hola! Subí que te llevo, me dice el rubio de blanquísimos dientes y ropa de haber estado preparando adobe. Gracias por llevarme. Todo bien. Cómo te llamás? Emilia. Vos? Damián.        Novio?  No, vos? Si.... ¡pero si tu hubiera conocido a vos antes, no me ponia ni mierda de novio! y nos echamos a reír. Sabés qué? te llevo hasta la cumbrecita, total son 7  km más nomas. De verdad? Gracias. No, gracias a vos.  Me despido, salgo del auto y camino colina abajo por una callecita empedrada de cien millones de curvas para llegar a la entrada de La Cumbrecita. Estoy feliz, quiero pegar saltos y quiero irme de viaje por Argentina a dedo. Acabo de recibirme del jardín de infantes del autostop y siento mucha adrenalina. Me hice un par de amigos, paré en lugares en los que no hubiera parado, llegué a dónde quería llegar y todo gratis. Quiero dar la vuelta al mundo a dedo! (si... así funciona el entusiasmo).

En realidad también me pasa que para esta altura ya estoy  bajo el efecto FlowerPower que me invade siempre que vengo a La Cumbrecita.... y que no tiene nada que ver con hongos alucinógenos, sino con los amados duendes del bosque con quienes tengo el gusto de convivir en este lugar del mundo.


Paso a presentárselos rápidamente... para que tengan una idea de qué les hablo.

Duende número 1: Lo conocí hace más de dos años. Por aquél entonces el solía arremangarse los pantalones y con el agua del río hasta las rodillas, juntaba zarzamoras de las plantas . "Hago mermelada" me decía. Hoy, cuando nos acordamos de ésos días, reflexiona"estaba descubriendo los secretos de la abundancia".  Vive en una casa sin electricidad a una hora de caminata montaña arriba. Tiene una huerta y plantación de lavanda.

Duende numero 2: Vive en el bosque en una casa del tamaño de un cuarto con un hogar para calentar  la pava y ventanas que dan al paraíso. Hace unos años alquiló un casarón alpino abandonado y lo convirtió en el Hostel Planeta Cumbrecita, el mejor hostel de la historia - si me permiten-. Más que un hostel es una viva y colorida comunidad... hermosamente cuidada, crisol de viajeros, místicos y soñadores.
 

Duende numero 3: Es un carpintero que hace poco terminó de construir su casa. También en el bosque, a unos pocos escalones de piedra de la casa del duende número 2. Lo conocí una tarde que estaba sentada junto al río, apareció del medio de la nada. Nos sonreímos. Hacía mucho frío y ya estaba anocheciendo. Se sentó a mi lado y no sé cómo terminamos hablando de amor.

Duende numero 4: Lo conocí esta vez, cuando llegué al hostel. Aparecí en la habitación donde duermen los chicos. Ahí estaba él. Un ser hermoso. Barba larga, pelo corto. Un viajero innato. Vivió dos años en Bolivia y desde que regresó anda por las sierras cordobesas. Recolecta iuios del monte, los seca y los separa en bolsas de papel... distinguiéndolos por sus propiedades medicinales. Anda siempre muy despierto, más dispuesto a escuchar que a dar discursos.  Ama a las cholitas. Se  niega a matear con mi mate chiquito, de metal.

 

Señores y Señoras, ellos son para mí la magia oculta del pueblo. Será por eso que decidí presentárselos antes de contarles que La Cumbrecita es un pueblo peatonal, que queda  a 1450 metros  sierra arriba. Está lleno de cabañitas alpinas centroeuropeas hechas de madera, perdidas en el tiempo.  Algunos inviernos nieva y todo el paisaje se tiñe de blanco. Los lagos se congelan y las chimeneas expulsan a toda hora humo grisáceo. Está lleno de Tabaquillos, enredaderas y  piedras con musgo. Hay más de una cascada. Árboles frutales. Bosques de pinos. Hay cerros inmensos para perderse horas caminando. En primavera, dicen, se desbordan las flores. Y hay una etapa del verano, después de las lluvias, en la que crece el Amanita Muscaria, un espécimen de hongo que parece mentira. Está Liesbeth, la casa de tortas más hermosa de la historia. Cada tanto la visita un flautista de dos metros de altura capaz de hacer sonar varias flautas a la vez.

Y están los queridos duendes.  Y también Mapuche. Y también Anita.
Mapuche

Anita

 

Blog saliendo de hibernación.

Buenas noches queridos lectores de Algún Lugar Andando. Aquí estoy, otra vez. Hace unos meses no escribo en el blog, porque durante un tiempo no estuve de viaje, porque me costó acostumbrarme a estar otra vez en la ciudad. Porque sentía mucho wanderlust y entrar al blog empeoraba las cosas.  Sin embargo estuve en contacto con muchos de ustedes, gracias por escribirme y por hacerme viajar con la mente al responder sus e-mails.
 
Reaparezco entonces, después de algún tiempo, para escribir sobre un mini viaje que logró calmar un poco mis ganas de hacer la mochila y salir a andar.
 
La reinserción de uno mismo en esa vida que se dejó en pausa en el momento de viajar demanda bastante energía y algo de astucia para no rendirse en el intento. Les cuento que durante estos meses de ausencia me dediqué a reacostumbrarme a comer vegetales crudos, a aprender básicamente que una casa alpina no es una montaña y que no hay monos detrás de los árboles del rosedal. Si, el jet-lag de regreso a América Latina me pegó fuerte, vino con delirios incluidos... esperaba -no sé por qué razón- encontrar acá lo mismo que se me presentaba allá a toda hora.
Hice teatro del que a mí me gusta hacer, ése que fue motivo de regreso, junto a mis 20 compañeros de elenco. Varios meses hicimos la obra No Más Zzzzs en un galpón de Villa Crespo. Otra vez nos entregamos a la libertad de jugar el juego erótico, político, revolucionario y alucinante que nos hace vivenciar esa sensación tan singular... ésa, tan parecida a la de viajar a un mundo diferente, fascinante y peligroso.
 

Siempre fui anti-imperialista, para gloria de tu gloria.
Siempre fui anti-imperialista, para gloria de tu gloria.
¡Revolución socialista, será ahora tu historia...!
Guarda la Negra..."

(Cántese con el ritmo de Guantanamera)


Y entre todo eso, tardé unos meses en poder volver a alquilar un departamento en la ciudad porteña. Por lo que fui hospedada en el departamento de mi amiga Brenda. Fue como hacer CouchSurfing en la propia ciudad. Solo que en lugar de surfear su sillón, surfee su cama matrimonial (Que tiene un colchón hecho de lavanda!).
 
Brenda y yo, cruzando el Rio Quilpo,  allá por el año 2009.
 
La cuestión es que después de  casi cuatro meses, mi vida acá ya se había acomodado un poco y todo el cuerpo me empezó a pedir que armara otra vez la  mochila para irme, irme  cualquier lado, a donde pudiera, lejos de Buenos Aires,  como pudiera hacerlo. Pensé en ir a Córdoba y descubrí que los precios de los pasajes en micro habían aumentado considerablemente desde la última vez que fui. Fue entonces cuando empecé a imaginar otras posibilidades de viajar… aprendí a hacer dedo, el convencional,  y otro tipo de dedo...  virtualmente planificado. En el post que sigue les contaré ambas experiencias.
Los saluda entonces el blog que sale de su cueva tras unos meses de hibernación. 

 
Y lo hace desde el apartado Otros Viajes, donde me podrán seguir los pasos siempre que esté en un lugar que no se trate del continente Asiático.